Ángela María Robledo: ocho años son suficientes

Nuestra representante Angela Maria Robledo no aspirara al congreso el próximo año. 

Ángela María Robledo: ocho años son suficientes

La representante a la Cámara por la Alianza Verde, Ángela María Robledo, no volverá al Congreso el próximo año. Dicen que su ausencia será notoria. Ella les dedicará más tiempo a sus dos nietas.

En la oficina de la representante Ángela María Robledo no hay vasos desechables para los visitantes. El café se sirve en un pocillo grande de cerámica con algún diseño artesanal y da la sensación de que no hay diferencias entre los amigos que se encuentran allí a diario para trabajar y los amigos esporádicos que pasan a saludar. Habla con confianza, aun si es la primera vez que te ve, y en su cara se mantiene una sonrisa que sabe que valió la pena dejar la academia y el mundo de la universidad para dedicarse a la política desde el Congreso.

Dejó la decanatura de psicología de la Universidad Javeriana para llegar a la Cámara de Representantes en 2010, de la mano del profesor Antanas Mockus (¡no había otra manera!) y se ha quedado por dos períodos consecutivos, no sin dejar una huella que muchos reconocen en el camino por la consecución y la consolidación de la paz. Si alguno no tiene en mente su cara, seguramente recordará la paloma gigante que tanta prensa ha mojado y que adorna de vez en cuando la entrada del salón Elíptico del Congreso o aquellas decenas de palomas de origami que llenaban las barras en el recinto del Senado, como recordando a cada congresista que la paz es un asunto que no se puede marchitar. Ella estuvo tras la idea.
Por su mano revivieron las Comisiones de Paz y ha acompañado decididamente los proyectos que buscan la implementación del acuerdo que firmaron entre el Gobierno y las antiguas Farc. Sabe que con ese trabajo juicioso logró hacer una pequeña grieta en la completa y hermética política colombiana, como una gota de agua que cae constante y sin descanso sobre una piedra. Pero todo tiene su final. Por eso considera que cumplió su ciclo en el Legislativo, que ocho años son más que suficientes y que la política se puede —y es necesario— hacerla desde otros espacios más cercanos a la gente.

“He aprendido que en la vida uno llega a los lugares a hacer tareas, a contribuir en un ejercicio colectivo. Creo que ya cumplí la tarea y quisiera volver a la universidad, a encontrarme con mis compañeros de psicología y a acompañar procesos con las víctimas, que son las que tienen la clave de la reconciliación de este país”, comenta Robledo, despidiéndose. Y aunque no aspirar de nuevo parece una decisión tomada, amigos entrañables dentro del Congreso, como el senador Iván Cepeda, están en campaña para que desista. No quieren que se vaya porque ha sido una compañera de batallas que demostró que la política se puede hacer de formas distintas a las tradicionales. Sin embargo, no tienen la certeza de lograr cambiar la opinión de una mujer de convicciones fuertes.

“Va a ser una ausencia muy notoria. Es una mujer que tiene especial sensibilidad ante la injusticia, sobre todo a mujeres víctimas. Es una mujer rebelde que no se calla fácilmente, una líder radical en sus visiones, pero racional en campo político”, dice Cepeda, y lamenta la posibilidad que Ángela María, como la llama, no regrese más a su curul. Pero fuera del Congreso, Robledo también es abuela de Antonia y Julieta, dos chiquitinas de cuatro años con quienes comparte las tardes de los viernes desde el almuerzo como si se tratara de un ritual sagrado. Para ella, ser abuela es un ciclo nuevo para el que tendrá mucho más tiempo, pero que igualmente deberá compartir con los nuevos proyectos políticos y de víctimas que iniciará cuando acabe su período.

Seguirá vinculada a la política, haciéndola de la forma en que cree que se debe hacer, a pesar de los riesgos. Por fortuna, cuenta con el apoyo de sus hijos Sebastián y Simón, que entienden las dinámicas del ejercicio legislativo en un país marcado por décadas de violencia. Por eso los alertó, pero no les fue para nada extraña, la reciente amenaza de muerte que recibió Ángela María Robledo en su correo la última semana del fast track. De alguna manera, estar hoy del lado del proceso de paz estigmatizó a muchos como guerrilleros y los convirtió en blanco de los grupos paramilitares.

La incertidumbre sobre quien asuma en la Casa de Nariño el próximo 7 de agosto también la inquieta. De lo que está segura es que no se puede repetir la “ola verde” del 2010, sencillamente porque no fue suficiente para alcanzar la Presidencia. Entonces cree que a la coalición de Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Robledo le hacen falta otros elementos, y los menciona sin guardar precaución: “La coalición tiene que ser con Gustavo Petro, Clara López, Piedad Córdoba, Humberto de la Calle, con gente que haga política en la Colombia más olvidada”. Su esperanza es que la sensatez se imponga por encima de los intereses políticos personales.

Cree que la página de la guerra en Colombia no ha pasado y que uno de los grandes bloqueos que tiene el Acuerdo es el hecho de ponerle nombre a la paz: decir que es la paz de Juan Manuel Santos o de Timochenko. O que la guerra es de Álvaro Uribe. La paz, para Ángela María Robledo, como una canción de sus preferidos Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat o Fito Páez, debería llegar a los ciudadanos de las ciudades, a quienes no les tocó la guerra. “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”, cantaba ella días después del plebiscito, cuando la posibilidad de un acuerdo para ponerle punto final al conflicto parecía esfumarse.